FIRMAS: Luis María Anson, A Espada, Secondat, R del Pozo, D Gistau, JL Gutierrez, S Sostres, M Jabois
Rajoy: responder a la calle también en la calle
TRAS SAQUEAR las arcas de las haciendas nacional, autonómica y municipal; tras instalar en el paro a cerca de seis millones de personas; tras multiplicar el déficit y la deuda; tras despilfarrar los dineros públicos en subvencionar a las más pintorescas asociaciones afines; tras colocar a centenares de miles de parientes, amiguetes y paniaguados en las cuatro Administraciones y en las empresas públicas de insólita creación; tras alimentar el secesionismo de Cataluña y el País Vasco; tras estos y otros muchos despropósitos y aberraciones, la izquierda -un sector de la izquierda porque la mayoría es moderada y democrática- se dispone a descoyuntar la vida española tomando la calle. La caravana incesante de las manifestaciones y las violencias se ha puesto ya en marcha.No era necesario hacer de profeta para anunciar la mala nueva. Somos varios los articulistas que hemos anticipado desde hace meses lo que ya ha empezado a ocurrir. Un sector radical de la izquierda no ha tolerado nunca la victoria democrática del centro derecha. Mariano Rajoy arrolló en las elecciones generales, triunfó en las autonómicas y se alzó con la victoria en la inmensa mayoría de los municipios de relieve. La respuesta de ese sector de la izquierda radicalizada es provocar el desorden, la violencia y el caos.
El Partido Popular ha combatido los despropósitos zapaterescos en las urnas. Eso es lo que otorga credibilidad y autoridad al presidente del Gobierno. Pero desde la plataforma de un poder democráticamente conquistado, Mariano Rajoy puede y debe dar respuesta a la calle en la calle. En la oposición, el presidente del PP demostró capacidad para movilizar al sector nacional que representa y lo hizo a través de manifestaciones de todo tipo, algunas gigantescas. La calle no es de la izquierda. Es de todos. Y el Partido Popular tiene fuerza para responder a las algaradas de un sector de la izquierda con manifestaciones ordenadas y sin violencia. Sería absurdo regalar la calle a la izquierda radical que se agita para fracturar el orden social reinante. Además de derrotar a la izquierda en las urnas, Mariano Rajoy puede vencerla también en la calle.
Si el presidente popular derramara el dinero público sobre los sindicatos y ciertos grupos y grupúsculos del radicalismo izquierdista, las algaradas callejeras cesarían o se harían testimoniales. Pero, en plena crisis económica, no solo no existen recursos para untar a los rebeldes, es que no se debe gobernar bajo chantaje. Margareth Thatcher demostró que el centro derecha puede enfrentarse a los excesos sindicales y a la extrema izquierda. Lidió con ambas manos al cornúpeta marrajo y lo estoqueó al volapié en el centro del ruedo británico. Por tal razón ha pasado a la Historia. Y ese es el camino para Mariano Rajoy. Camino -el del triunfo de la moderación también en la calle- arisco y conflictivo pero que, una vez transitado, despejará los horizontes de la prosperidad al entero pueblo español.
Sin pasteleos, sin trapisonderías, sin concesiones ni merengosidades, el nuevo Gobierno dispone de autoridad democrática suficiente para impedir el triunfo de la algarada y la violencia. Tras la victoria en las urnas, Rajoy puede vencer también en la calle, por mucho que algunos canales de televisión se dediquen a manipular la realidad para certificar el caos. ¿Qué pasaría, en fin, si el Partido Popular responde al desafío de Toxo y Méndez y convoca una jornada de manifestaciones contra los abusos de los sindicatos?
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
El exceso
EL GOBIERNO tendrá problemas con la calle. La primera razón es su ministro. Sólo ha dado pruebas de torpeza: sea sobre el déficit, el futuro de ETA o el exceso policial, todo lo que dice se somete a las pocas horas a su propia, y aún más absurda, rectificación. Es lógico: no hay hombre más descreído que el pastelero.No son públicas las razones por las que Rajoy eligió a Fernández Díaz. Una costumbre de la barata democracia española es que el presidente no se siente obligado a explicar las razones de sus nombramientos. La experiencia política fundamental del ministro es la de haber convertido a la sección catalana del PP en un irrelevante apéndice de CiU. Lo que, por cierto, continúa siendo. No es descartable que Rajoy, que ya otrora se lo llevó de secretario a varios ministerios como el que que viaja con su dieta a cuestas, lo hubiese elegido para dedicarlo a la panificación del posterrorismo. Y puede que sea una de sus funciones, desde luego; pero nunca será la principal. En primer lugar porque ese tipo de trabajos siempre acaban siendo del presidente; y, sobre todo, porque la calle, y por lo tanto el orden civil, se vislumbra como un grave escenario político.
El escenario se prefigura por la casi certeza de que el PSOE va a llorar como un solo hombre en la calle lo que no supo ganar en las urnas, una táctica sentimental recurrente en la izquierda: por eso han sido siempre partidos de lucha y de gobierno. Pero que se produciría incluso sin la complicidad del tahúr. La calle se ha convertido en un grandioso plató. Como en los de su clase, todo está muy preparado: los mismos que provocan las acciones son los que las filman y dan noticia de ellas. Lo llaman periodismo ciudadano y supone un merecido cambio de paradigma: ya no sólo los periodistas se hacen pasar por cualquiera sino que cualquiera se hace pasar por periodista. La calle es el contrapeso caliente de la abstracción de las noticias económicas que anegan los periódicos: la calle son las historias que escriben las bebitas en su primera mascletà y que convierten Valencia en «una caótica primavera de Praga», mientras anuncian de uno, cosas de los bautismos, que «a sus 12 años ya sabe lo que es la injusticia».
En estas circunstancias españolas, Interior es, sobre todo, el Ministerio de Comunicación y necesita más que porras eléctricas, electrónicas. Pero necesita, sobre todo, un político que, como su presidente siempre exige y presume, tenga el valor de decir la verdad. De decir, en este caso, que Los sucesos de Valencia han sido un invento de los medios y que ése ha sido el principal exceso.
>Vea el videoblog La escopeta nacional. Sólo en Orbyt, hoy: Las manos que mecen las revuelta
Propiedad de la calle
Se debate estos días, a veces con violencia, la propiedad de las calles. Los enfrentamientos de revoltosos y revolucionarios con los agentes de seguridad son frecuentes en las grandes ciudades. «¡La calle es mía!», se grita desde la ultratumba. Pero ya no se hace caso al todopoderoso gobernante. Como escribiera Cicerón, «el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes». No es admisible que se luche por la propiedad de las calles. Hay otras batallas más importantes. Y no olvidemos la descripción del clásico: «El desorden desayuna con la abundancia, almuerza con la pobreza y cena con la miseria». Ni dictadura ni anarquía: Estado de DerechoOlvidada gratitud
LA FALTA de respeto a la Policía, el desprecio de las más elementales normas de convivencia, el alboroto como respuesta a tanta frustración personal, y quejarse de todo para no tener que asumir la propia mediocridad son los signos más evidentes de una sociedad decadente, incapaz de la menor autocrítica y sin el rigor espiritual que se precisa para marcarse horizontes ambiciosos y crecer en el afán por alcanzarlos.Los estudiantes de los colegios públicos tendrían que ser conscientes del esfuerzo con que muchas personas a las que ni conocen pagan sus cuantiosos impuestos para que ellos puedan estudiar. Tendrían que ser conscientes del privilegio que supone tener acceso gratuito a la educación. Sí, privilegio. Derecho es cuando pagas tú. Cuando te lo pagan los demás se llama privilegio. Y se dan las gracias. ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste quién pagaba esta fiesta? De nada sirve un derecho si no hay alguien que lo paga: pregúntaselo, si no me crees, a un niño de Uganda. ¿Te has preguntado en alguna ocasión si estás a la altura de lo mucho que los demás pagan por ti? Estos chicos no tendrían que estar en la calle haciendo el energúmeno sino formándose convenientemente para convertirse en buenos profesionales y poder devolverle a la sociedad parte de lo que la sociedad les ha dado, que ha sido muchísimo.
Es así como se da sentido a una vida, y vigor, es así como se vuelve visible la responsabilidad de cada cual. Es así como se tensan las almas, es así como la voluntad adquiere su protagonismo y se crean ciudadanos maduros, competentes y libres, capaces de ser generosos y de sobreponerse a la adversidad. Es así como se propaga la esperanza: respetando la ley y el orden, y el principio jerárquico.
Estamos demasiado acostumbrados a exigir y hace mucho tiempo que no damos las gracias. Es infinito nuestro memorial de agravios y como creemos que todo son derechos por nada nos sentimos bienaventurados ni bendecidos. Recuérdalo: sembrar el caos viene en el Código Penal y la gratitud está en la Biblia. Jesús nos quiere más de lo que jamás sabremos, pero el desagradecimiento abre las puertas del infierno.
Puedes quejarte, si lo prefieres, y tan violentamente como quieras, pero no te ofendas si te digo que por la vía de la queja sólo serás un desgraciado. Si te concentras, en cambio, en tus estudios, y trabajas duro y no pierdes el tiempo pensando que la culpa es de los demás, conseguirás lo que te propongas y tendrás, gracias a tu capacidad y a tu empeño, la posibilidad real de construir un mundo mejor y de más belleza; y no este vulgar jugar a estropearlo con inútiles broncas callejeras.
Y un avión a Brasil
La primera pregunta de Amaiur en una sesión de control. Que no fue pregunta, sino conminación, y consumió todo su tiempo en la formulación: Errekondo no quería debatir, sólo colocar consigna. Un orador abertzale no necesita ser Cicerón, pues una enorme porción del Parlamento está predispuesta al elogio sólo con que no desenfunde un arma de fuego. Son reglas oratorias algo más laxas que las que calibran a los demás. Aun así, por el tono de Errekondo, se habría dicho que teníamos al teléfono a un atracador con rehenes que expusiera sus condiciones para soltarlos; sólo que, en vez de un coche deportivo en la puerta, un avión con combustible para Brasil y medio millón de dólares, sus condiciones para perdonar vidas eran legalizar siglas, acercar presos y expulsar del País Vasco a las Fuerzas de Seguridad.Las de Errekondo eran frases que procedían de lo más hondo de las entrañas de los años de plomo, disfrazadas apenas con la coartada de la integración y la normalidad que permite motejar de extremistas a los que aún defienden principios que pasaron no hace tanto por esenciales. Y ante los cuales el mismo PP parece empezar a sentirse incómodo. Errekondo relacionó sus exigencias con los términos «esperanza» e «ilusión», para trasladar la culpa de lo que pueda suceder en el futuro a quien haya sido tan insensible con el estado de ánimo colectivo en la comarca hobbit como para no apuntarse a la moda moral de la equidistancia y el dolor compartido. Como si los asesinatos de ETA hubieran sido un azar climático sufrido por todos por igual, y no un proyecto consciente de eliminación de seres humanos cosificados.
Es verdad que Rajoy despachó a Errekondo con un propósito de cumplir la ley y de no reconocer más conflicto que la renuencia a disolverse de una banda criminal. Pero son los hechos consumados de la «esperanza y la alegría», del comunicado del 20 de octubre y de Ayete, los que a veces parecen pesar tanto al Gobierno que prefiere volverse flexible antes que luchar por cambiar una inercia heredada. Ello explica la uniformidad de criterio en la sesión del martes, mal compensada con una determinación retórica acerca de la disolución de ETA que no pretendió más que salvar apariencias. Como explica también el seguidismo al proceso, incluso en matices contra los cuales el PP basó parte de su oposición a una supuesta rendición indigna de Zapatero, que se concreta en el reconocimiento de una dimensión política hecho por el ministro de Interior entre esas rectificaciones a sí mismo que nos lo tienen convertido en un insolvente personaje de sketch.
Por cierto, que Rajoy paró a Fernández cuando salía del Hemiciclo. Y, con un gesto bronco del pulgar, le ordenó que volviera a sentarse. Terminadas las preguntas de Montoro, le hizo otro gesto y le encerró en un despacho, probablemente para hacerle un cursillo de iniciación en obviedades que vaya limitando el número de rectificaciones diarias.
Garzón, un 23 de Febrero
En una lejana conferencia -corrían los primeros 90- en la universidad alemana de Regensburg -años antes, en sus aulas había impartido doctrina el teólogo Ratzinger, hoy Benedicto XVI- diserté sobre la maltratada libertad de prensa y expresión en España. Y coseché esas curiosas muestras de aceptación de los universitarios alemanes, que sustituyen los aplausos por suaves y rítmicas palmadas sobre la madera de mesas y pupitres. Allí estaba Javier Cremades, entonces doctorando en aquel claustro de Ratisbona, cuya tesis doctoral seguramente incluyó alguna sugerencia mía: «La libertad de expresión y sus límites dentro del ordenamiento jurídico».Hace días asistí en Madrid a la lectura del discurso de entrada en el Real Colegio de Doctores de Cremades, quien, además de periodista -lo fue en Diario 16-, actual colaborador de EL MUNDO, de la revista Leer y virtuoso del name dropping, es hoy un conocido jurista y abogado de éxito. Su discurso no eludió el casoGarzón a la hora hablar del sacrosanto derecho de defensa violado por el juez, según la sentencia del Supremo. Y lo hizo con menciones académicas que Cremades conoce bien. De todas las invectivas que le han llovido estos días al juez, desde «totalitario» a «caradura», solo Cremades recordó a los jueces nacionalsocialistas de Hitler, algo que acaso produzca cierta estupefacción en políticos tan bienintencionados como Cayo Lara.
Este diario comparó a Garzón con los jueces de Pinochet. Experiencia y teoría sabidas: la utilización política de los jueces siempre conlleva alientos totalitarios, ya se trate de Stalin, Castro, Hitler o Pinochet. O Franco, hoy que es 23 de Febrero, ahora que reaparece el malditismo lírico de Leopoldo Panero y sus crías airadas de la mano de Javier Huerta.
Desde hace demasiados años vengo hablando -está en mis libros- de la paradigmática Gleichschaltung o coordinación hitleriana: todos -jueces también- coordinados con el poder político del Estado totalitario, frente a la separación de poderes de Montesquieu, el poder judicial independiente de las democracias que Jorge de Esteban engarzaba días atrás en estas páginas.
Quien no frecuente los manuales de ciencia política puede recurrir al cine, al filme Judgement at Nuremberg (1961) de S. Kramer, aquí ¿Vencedores o vencidos?. Un juez de EEUU retirado, Dan Heywood, presidió en 1948 la Corte internacional que juzgó y condenó a los magistrados que estamparon la svastika nazi en sus togas y avalaron espantosos programas de exterminio.
El via crucis de Garzón ha sido tildado de persecución, aunque algunos socialistas, secretamente, apenas disimulen su regocijo. Y el TS considere prescrita otra causa, la del millón de dólares recibidos de empresas y bancos para sus seminarios -y cenas- en Nueva York. Acaso su error fue desoír a Iñigo de Loyola: en tiempos de turbación no hacer mudanza. O el comentario de F. González: «Se va a enterar éste de lo que es hacer política». O aquel consejo de Franco: «Haga como yo, no se meta usted en política». Aún puede recurrir, como hizo quien esto firma, a la Corte de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDH).
No pensado no dicho
SE HABLA estos días en el Parlamento, concretamente desde 1977, del fin de ETA. Yo soy de la vieja opinión de que cuando se reúnen muchos asesinos primero hay que bajarles las pistolas y luego discutir cómo, pero el sintagma del fin de ETA es demasiado pulcro como para renunciar a adjetivarlo. Hasta el ministro del Interior ha tenido la tentación de llevarlo al ámbito político en una declaración extraordinaria, no porque él sea del PP, sino por esa probatura táctica de decir primero lo que uno piensa y después lo que debería pensar; ha seguido practicándolo en los excesos policiales de Valencia que terminó dejando en excesos de radicales, sin percatarse de que viene a ser lo mismo. Debería tomar nota el ministro de un subordinado suyo, el director de la Guardia Civil, que siendo delegado del Gobierno en Galicia dijo de una violación que a los autores se les había ido de las manos; en lugar de rectificar llamó a los periódicos y dio esas declaraciones como «no dichas». Tampoco Stalin se ponía a explicar nada en los pies de foto. Las familias de un partido se acaban resumiendo en dos: la que forma uno y, en paralelo, el alma de la muchedumbre depositaria de esencias pétreas. Está bien que sea así porque es precisamente eso lo que desenmascara al entorno etarra, capaz de poner a los asesinos delante de las víctimas a pedir perdón mientras ahorma el discurso de que no puede haber vencedores y vencidos «como en la Guerra Civil». Lo dijo un diputado de Amaiur a El País el domingo en un reportaje que, de haber posado sus señorías en casa y no en el Congreso, hubiera ido abriendo el Hola. Hay en el ambiente cierta obsesión en que la paz sea sexy.Mano a mano
Las sesiones parlamentarias tienen algo de liturgia manierista, aunque a veces salta el relámpago en el cielo púrpura y entonces los debates recuerdan a las tardes de toros. Es lo que está felizmente pasando con ese ya clásico mano a mano, frente a frente, de poder a poder, entre Soraya Sáenz de Santamaría (que confirmó su alternativa en la anterior legislatura y que canta como Dios por Conchita Piquer) y la nueva en esta plaza Soraya Rodríguez, las dos de Valladolid.Ayer, apenas presenciamos unos quites de las dos imágenes de la procesión durante la sesión de control, en un ruedo donde hay muchos taurófobos y mansos, de esos que piensan que la corrida es la última estética de la tortura y de la España zarzuelera. Durante el tercio de quites, la Soraya del PSOE castigó a la Soraya del PP, la primera arrimándose como una novillera y reprochándole a la del callejón azul que el PP haya difamado a los sindicalistas y a los escolares. Para rematar los lances, se marcó esta gaonera: «No son los enemigos los que están en la calle; son nuestros hijos».
Habrá que esperar a verlas en otras sesiones, con asuntos de más trapío, pero ya podemos decir que crece la rivalidad de las dos señoritas toreras -una casada, divorciada la otra- y van a dar tardes de emoción en el Congreso. Las dos son de la Castilla que sabe mandar y hablar, aunque el director de la Real Academia diga que eso de que en Valladolid se habla el mejor español es un mito que propagó en el siglo XVII Madame D'Aulnoy en su viaje a España, precisamente cuando la corte estaba en esa ciudad y era según los testigos una villa repleta de pícaros, putas, puercos, piojos y pulgas. Eso eran calumnias de los madridistas de entonces porque el proverbio de autoridad afirma: «Si el mundo fuera huevo, Valladolid fuera la yema». Cervantes, que tuvo que vivir de las putas de su propia familia, afirma que de Madrid, el cielo, y de Valladolid, los entresuelos.
Ha nacido una rivalidad, ese vicio español, lo que José Alameda denominó la manía de las parejas (Cúchares y el Chiclanero, Lagartijo y Frascuelo, Bombita y Machaquito, Joselito y Belmonte). El toreo impregna nuestro lenguaje y, aunque creo que exagera Tierno Galván cuando afirma que los toros son el acontecimiento que nos ha educado social y políticamente, el mano a mano entre las dos Sorayas, la manera de arrimarse, el ceñirse al tema, la gracia y la agilidad dialéctica, el estar en el sitio sin perder la cara o taparse, le van a dar al Congreso morbo sin que lleguen a tirarse de los pelos.
Las mujeres políticas tienen mucho cartel y eso que llegaron a la fiesta mucho después que las señoritas toreras, desde que las autorizó Pepe Botella, un buen aficionado corso-gabacho.
Etiquetas: Firmas
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